lunes, 2 de diciembre de 2013

Triste y breve historia...



Hubo una vez una caballero enmascarado que conoció a una joven Princesa de Las Amapolas. El caballero estaba bajo el conjuro de una malvada bruja y había perdido su cara. La bella princesa quiso salvarle y devolverle su rostro. En el proceso se enfrentaron a monstruos de 13 lenguas, a dragones, brujas, consiguieron encender el sol de nuevo y en el camino se enamoraron.
Poco a poco, el enmascarado fue recuperando su rostro, pero por desgracia, tardo demasiado en conseguirla, y para cuando lo consiguió, la princesa había caído en un nuevo y macabro embrujo y había olvidado el amor que sentía por su caballero... o simplemente no era un embrujo, y tan solo se canso de esperar a que el caballero le mostrase su verdadera cara. Lo que la vida te da, la vida te lo quita. Y el caballero quedo relegado a una cárcel de ámbar de la que no podía salir, a la que la luz no llegaba. Y ahí quedo atrapado para siempre, con una amapola de sangre gravada en el corazón. Sin que nadie apareciese para salvarle. Y es que normalmente nuestros propios demonios son los que nos vencen y nos condenan alejándonos de lo que más queremos.

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