Eran las 9:30 de la mañana cuando volvía a sonar el despertador. Ella no era consciente de porque no era capaz de borrar la alarma programada en él. Hacia semanas que no se levanta con su agudo sonido y aun así se condenaba a oírlo día tras día sin explicación aparente. Dejo que el despertador ahogara sus últimos pitidos, a sabiendas de que si no lo desconectaba, en exactamente 5 minutos volvería a sonar. Y aun así no hizo nada. Siguió recostada en la cama con los ojos abiertos y la mirada perdida en el gotelé blanco que salpicaba las paredes.
El frío del invierno ya se notaba, y por las ventanas corrían gotas de condensación. Seguía sin moverse. Tumbada en la cama. Un pájaro se posa en la ventana y comienza a trinar. Curioso para esta época del año. Pero ella no se movió ni un ápice. El bullicio de la calle llegaba hasta sus oídos. La calle debía estar empezando a llenarse de vida. Abriendo los primeros puestos del mercadillo que solían poner todos los sábados a la puerta de su casa. El despertador volvió a sonar. ¿Ya habían pasado 5 minutos? Decidió levantarse sólo porque su vejiga no esta dispuesta a negociar un aplazamiento, y mientras lo hacia se decía a si misma que no siempre había sido así. Que hubo una época en la que si se decidía a quedarse en la cama era solo porque él estaba allí con ella. Pero eso había sido antes. Antes de que él se fuese. Antes de la traición. Cuando el baile era lo que les unía.
Se conocían desde niños, pero no se conocieron realmente hasta el día que bailaron juntos por primera vez. Habían pasado 7 años desde entonces. Nunca antes se lo había imaginado. Y él tampoco. Sus manos se habían encontrado en medio del aire. Sus pies jugueteaban entre ellos. Se movían en perfecta armonía, como si se tratase de una sola persona. Y los ojos. Sus ojos. Durante todo el ritual no habían dejado de estar clavados unos en otros. Eso lo hacia todo más intenso.
Desde aquel primer baile, ya nunca habían dejado de bailar juntos. Y se prometieron hacerlo hasta que el sol se apagase, solo que para ellos se apago antes de lo esperado. Él se fue a bailar a otro sitio, a conseguir su sueño sin esperarla, sin tener en cuenta a lo que ella había renunciado por él.
El frío azulejo del suelo del baño le recordó que no tenia ni idea de cuando había visto sus zapatillas por última vez. Las de andar por casa. Las de baile, sí sabía perfectamente donde estaban. En la entrada, junto a la puerta. Donde las había dejado al escuchar la noticia. Donde el se despidió.
No había pensado en ellas durante las tres semanas que llevaba encerrada en casa y tan rápido como se le vinieron a la cabeza, se le fueron. Camino hacia la cocina para tomar un poco de agua y se encontró con la nevera vacía. Leche rancia. Queso mohoso. Un yogur caducado. Eso le recordó el motivo por el que no quería salir de la cama, y decidió volver a ella.
Todavía conservaba su calor, y se sintió como un recién nacido que vuelve a entrar en el útero por que el mundo exterior era frió y solitario. Pero eso nunca pasa. Una vez fuera, nadie le deja volver a entrar, una vez fuera... Llaman a la puerta. Silencio. Vuelven a llamar. Ya se irán, piensa ella. Otra vez. Y una última acompañada de unas palabras:
-Celia, ábreme. Estoy aquí por ti.
No reconoció la voz. Era una dulce voz de chica que no había oído nunca, pero a la vez le traía recuerdos de tiempos más felices.
Tímidamente se levanto, y se acerco hasta la puerta.
-¿Quien eres?- pregunto con una voz ronca causada por las semanas de silencio.
-¿De que serviría que te dijese quien soy si de todos modos no me conoces?
La mirilla solo le regalaba una silueta deformada de una chica. No podía distinguir bien sus rasgos, pero pudo apreciar que llevaba sombrero y una abrigo largo, una especie de gabardina.
-Está bien, no me abras si no quieres, puedo hablarte desde el rellano.
-...
- Se por lo que estas pasando y quiero ayudarte.
-...
La chica deslizo algo por debajo de la puerta y luego continuo hablando.
- En esa tarjeta esta la dirección de un viejo teatro, El Teatro de Nuncajamas. Yo soy su propietaria, y tengo planeado reabrirlo.
-¿Por qué me cuentas esto?
-Porque creo que podría interesarte... que allí encontraras lo que te falta...
-¿Lo que me falta?¿Quien eres?
-Alguien que quiere ayudarte a encontrar tu camino.
-¿Por qué?
-Por que tu necesitas bailar y yo a alguien que baile.
-... vete. No se quien eres. No me conoces. Yo... yo ya no necesito bailar.
-¿Eso crees? ¿y que es lo que necesitas?
-...
- Entiendo. Entonces me iré. El Lunes te veré en el teatro.
- No voy a ir... no voy a salir de casa.
- Vendrás, cambiaras de opinión. Te miro a los ojos y no veo a una persona que quiera acabar con todo... que quiera dejarse caer por las grietas de la acera. Lo que veo es a alguien que ha definido su vida de una manera errónea, a través de otra persona y no de si misma, y que ahora necesita encontrar la manera de encontrase, la manera de escapar de la cárcel que ella misma se ha construido.
-... no. ¡No me conoces de nada!¿Como te atreves a fingir que me entiendes? ¿a saber como me siento? ¡Márchate! ¡Vete! No quiero volver a oírte. No iré a tu teatro. No saldré de casa hasta que el mundo deje de girar! ¡Hasta que llueva...! ¡que caiga el diluvio universal! ¡Hasta que las gotas de lluvia perforen el techo y llueva dentro de mi casa!¡Márchate!
-Sabia que dirías eso, Celia. Hasta el Lunes.- Y con esto, oyó los pasos de la misteriosa chica que la alejaban de su puerta. Más acallados a cada paso por la distancia... hasta que dejo de oírlos.
Y entonces el silencio. Sólo su respiración. Brusca y entrecortada. Se dio cuenta de lo mucho que le había alterado la situación. Se concentro en respirar más despacio. ¿A quien se le ocurre exaltarse así por una chiflada desconocida? ¿Quién se creía que era para actuar como si la conociese?¿ Quién demonios era? y mientras se perdía en sus pensamientos, deslizaba su espalda por la puerta,
dejándose llevar por la gravedad hasta acurrucarse a los pies de ella. Y entonces rompió a llorar. El sentimiento de pérdida. La soledad. El dolor. El sacrifico. Todo se le vino encima. Y después recordó las palabras de la desconocida: encontrarse a si misma. Y de repente, no pudo evitar reír.
Se levanto al cabo de un rato, sin saber muy bien que hacer. El frío volvió a recordarle que no sabia donde estaban sus zapatillas de andar por casa.
Volvió al dormitorio dispuesta a volver a la cama y encerrarse allí y no volver a salir hasta que cayese el diluvio universal. Pero al llegar algo la sorprendió. Sobre su cama. Sus zapatillas de ballet. ¿Cómo habían llegado hasta ahí? Su pulso volvió a acelerarse, y de nuevo miró la tarjeta que la desconocida le había pasado por debajo de la puerta. Estaba hecha con cartulina negra, y en letras doradas podía leerse “Teatro Nuncajamas” y al dorso la dirección.
De pronto, una gota de agua cayó sobre la palabra “Nuncajamas”. ¿Una gota de agua? Alzó la vista justo a tiempo para ver caer otra gota, y otra, y otra más, y de repente, vio una mancha de humedad en el techo, de la que goteaba agua sin parar. Más tarde descubriría que doña Antonia, la vecina de arriba, que se había ido de fin de semana había dejado abierto el grifo del lavabo, inundándose el suelo del apartamento, y provocando la formación de una gotera justo sobre su cama. Pero eso seria más tarde. Ahora solo podía pensar: “¡Hasta que las gotas de lluvia perforen el techo y llueva dentro de mi casa!”. Un escalofrío recorrió su espalda y no se lo saco en lo que quedaba de fin de semana.
El lunes sobre las 5 de la tarde consiguió encontrar el teatro. Estuvo horas dando vueltas calle arriba, calle abajo, y no consiguió encontrarlo. Y justo cuando iba a darse por vencida, cuando iba a dejar que el sentimiento de perdida la inundase… ahí estaba. Justo delante de ella. Era un edificio viejo, que estaba claro que había vivido tiempos mejores. La puerta era enorme, de madera, pero desentonaba del resto del edificio pues tenia un brillo de barniz como recién dado. En conjunto parecía que la puerta era una especie de precinto mágico, y que al cruzarlo llegarías a un lugar sorprendente…
Toco la puerta con la mano, y esta se abrió sin gran esfuerzo. El hall del teatro era grande, pero a la vez acogedor. Lo cruzo y llego al patio de butacas. Estaba vacío. Era un patio amplio… el edificio en general era más grande de lo que parecía desde fuera. Subió al escenario y sintió mariposas en su estomago al poner los pies sobre él. Intento seguir su andadura, pero una parte de ella considero un sacrilegio hacerlo sobre ese suelo con calzado de calle. Saco sus zapatillas de la bolsa, se descalzo y se las puso. Ya se sentía capaz de volver a andar. Dio cinco pasos antes de darse cuenta de que estaba sonando una melodía que se hacia más fuerte a cada segundo. Ella conocía esa melodía. La había bailado cientos de veces con él. Sintió su corazón romperse de nuevo. Volvió a sentirse incompleta. Tenia ganas de llorar de nuevo. De volver a su cama. Se desplomo, y allí, de rodillas, con sus manos apoyadas en el suelo y sus lágrimas recorriendo sus mejillas, deseo caerse por las grietas de la acera. Desvanecerse... hasta que se hizo la luz.
Un foco se había encendido y apuntaba directamente hacia ella. Volvió a prestar atención a la música, que seguía estando ahí. Se levanto. Y empezó a bailar. Primero tímidamente, siguiendo la melodía, dejándose llevar como una hoja en la corriente de un río. Pero de repente, algo cambio. Una furia creció en su interior. Se apodero de ella, y empezó a transmitirla en su baile. Bailo con rabia. Como quien grita ante la tormenta, como quien ha perdido todo porque se lo han robado. Bailo y siguió bailando hasta que noto que la furia abandonaba su cuerpo. Y bailo aun más, pero ahora ella era la dueña de la canción. Se había apropiado completamente de ella. La había conquistado. Había domado al dragón y ahora lo cabalgaba. Pero no lo hacia sola. Había alguien más allí. ¿Quién? Quien fuese bailaba en perfecta sincronía con ella. Completaba su baile. Pero no alcanzaba a verle por mucho que se esforzase. Tardo un minuto en darse cuenta que era su sombra. ¡Su propia sombra! Había cobrado vida con la música… No, ¡con su baile! Su baile la había despertado. Y ahí estaba. A su lado. Bailando mejor de lo que nunca lo había hecho. Su sombra…
Y la música se apago. Llego a su fin. Y con ella el baile. Y se paro… y al hacerlo, se dio cuenta de que oía aplausos. Miro al patio de butacas y vio a dos personas. La chica del sábado, y un hombre junto a ella. Los dos sonreían y aplaudían, y ella… de pronto se sintió feliz… completa. La extraña chica le había dado lo que necesitaba. Un escenario. Un público. La música… todo. Saludo, como se hace al final de cada representación. Dio las gracias al público. Cogió su bolsa y se fue con la intención de volver al día siguiente y al siguiente y al siguiente… el mundo había vuelto a girar.
El frío del invierno ya se notaba, y por las ventanas corrían gotas de condensación. Seguía sin moverse. Tumbada en la cama. Un pájaro se posa en la ventana y comienza a trinar. Curioso para esta época del año. Pero ella no se movió ni un ápice. El bullicio de la calle llegaba hasta sus oídos. La calle debía estar empezando a llenarse de vida. Abriendo los primeros puestos del mercadillo que solían poner todos los sábados a la puerta de su casa. El despertador volvió a sonar. ¿Ya habían pasado 5 minutos? Decidió levantarse sólo porque su vejiga no esta dispuesta a negociar un aplazamiento, y mientras lo hacia se decía a si misma que no siempre había sido así. Que hubo una época en la que si se decidía a quedarse en la cama era solo porque él estaba allí con ella. Pero eso había sido antes. Antes de que él se fuese. Antes de la traición. Cuando el baile era lo que les unía.
Se conocían desde niños, pero no se conocieron realmente hasta el día que bailaron juntos por primera vez. Habían pasado 7 años desde entonces. Nunca antes se lo había imaginado. Y él tampoco. Sus manos se habían encontrado en medio del aire. Sus pies jugueteaban entre ellos. Se movían en perfecta armonía, como si se tratase de una sola persona. Y los ojos. Sus ojos. Durante todo el ritual no habían dejado de estar clavados unos en otros. Eso lo hacia todo más intenso.
Desde aquel primer baile, ya nunca habían dejado de bailar juntos. Y se prometieron hacerlo hasta que el sol se apagase, solo que para ellos se apago antes de lo esperado. Él se fue a bailar a otro sitio, a conseguir su sueño sin esperarla, sin tener en cuenta a lo que ella había renunciado por él.
El frío azulejo del suelo del baño le recordó que no tenia ni idea de cuando había visto sus zapatillas por última vez. Las de andar por casa. Las de baile, sí sabía perfectamente donde estaban. En la entrada, junto a la puerta. Donde las había dejado al escuchar la noticia. Donde el se despidió.
No había pensado en ellas durante las tres semanas que llevaba encerrada en casa y tan rápido como se le vinieron a la cabeza, se le fueron. Camino hacia la cocina para tomar un poco de agua y se encontró con la nevera vacía. Leche rancia. Queso mohoso. Un yogur caducado. Eso le recordó el motivo por el que no quería salir de la cama, y decidió volver a ella.
Todavía conservaba su calor, y se sintió como un recién nacido que vuelve a entrar en el útero por que el mundo exterior era frió y solitario. Pero eso nunca pasa. Una vez fuera, nadie le deja volver a entrar, una vez fuera... Llaman a la puerta. Silencio. Vuelven a llamar. Ya se irán, piensa ella. Otra vez. Y una última acompañada de unas palabras:
-Celia, ábreme. Estoy aquí por ti.
No reconoció la voz. Era una dulce voz de chica que no había oído nunca, pero a la vez le traía recuerdos de tiempos más felices.
Tímidamente se levanto, y se acerco hasta la puerta.
-¿Quien eres?- pregunto con una voz ronca causada por las semanas de silencio.
-¿De que serviría que te dijese quien soy si de todos modos no me conoces?
La mirilla solo le regalaba una silueta deformada de una chica. No podía distinguir bien sus rasgos, pero pudo apreciar que llevaba sombrero y una abrigo largo, una especie de gabardina.
-Está bien, no me abras si no quieres, puedo hablarte desde el rellano.
-...
- Se por lo que estas pasando y quiero ayudarte.
-...
La chica deslizo algo por debajo de la puerta y luego continuo hablando.
- En esa tarjeta esta la dirección de un viejo teatro, El Teatro de Nuncajamas. Yo soy su propietaria, y tengo planeado reabrirlo.
-¿Por qué me cuentas esto?
-Porque creo que podría interesarte... que allí encontraras lo que te falta...
-¿Lo que me falta?¿Quien eres?
-Alguien que quiere ayudarte a encontrar tu camino.
-¿Por qué?
-Por que tu necesitas bailar y yo a alguien que baile.
-... vete. No se quien eres. No me conoces. Yo... yo ya no necesito bailar.
-¿Eso crees? ¿y que es lo que necesitas?
-...
- Entiendo. Entonces me iré. El Lunes te veré en el teatro.
- No voy a ir... no voy a salir de casa.
- Vendrás, cambiaras de opinión. Te miro a los ojos y no veo a una persona que quiera acabar con todo... que quiera dejarse caer por las grietas de la acera. Lo que veo es a alguien que ha definido su vida de una manera errónea, a través de otra persona y no de si misma, y que ahora necesita encontrar la manera de encontrase, la manera de escapar de la cárcel que ella misma se ha construido.
-... no. ¡No me conoces de nada!¿Como te atreves a fingir que me entiendes? ¿a saber como me siento? ¡Márchate! ¡Vete! No quiero volver a oírte. No iré a tu teatro. No saldré de casa hasta que el mundo deje de girar! ¡Hasta que llueva...! ¡que caiga el diluvio universal! ¡Hasta que las gotas de lluvia perforen el techo y llueva dentro de mi casa!¡Márchate!
-Sabia que dirías eso, Celia. Hasta el Lunes.- Y con esto, oyó los pasos de la misteriosa chica que la alejaban de su puerta. Más acallados a cada paso por la distancia... hasta que dejo de oírlos.
Y entonces el silencio. Sólo su respiración. Brusca y entrecortada. Se dio cuenta de lo mucho que le había alterado la situación. Se concentro en respirar más despacio. ¿A quien se le ocurre exaltarse así por una chiflada desconocida? ¿Quién se creía que era para actuar como si la conociese?¿ Quién demonios era? y mientras se perdía en sus pensamientos, deslizaba su espalda por la puerta,
dejándose llevar por la gravedad hasta acurrucarse a los pies de ella. Y entonces rompió a llorar. El sentimiento de pérdida. La soledad. El dolor. El sacrifico. Todo se le vino encima. Y después recordó las palabras de la desconocida: encontrarse a si misma. Y de repente, no pudo evitar reír.
Se levanto al cabo de un rato, sin saber muy bien que hacer. El frío volvió a recordarle que no sabia donde estaban sus zapatillas de andar por casa.
Volvió al dormitorio dispuesta a volver a la cama y encerrarse allí y no volver a salir hasta que cayese el diluvio universal. Pero al llegar algo la sorprendió. Sobre su cama. Sus zapatillas de ballet. ¿Cómo habían llegado hasta ahí? Su pulso volvió a acelerarse, y de nuevo miró la tarjeta que la desconocida le había pasado por debajo de la puerta. Estaba hecha con cartulina negra, y en letras doradas podía leerse “Teatro Nuncajamas” y al dorso la dirección.
De pronto, una gota de agua cayó sobre la palabra “Nuncajamas”. ¿Una gota de agua? Alzó la vista justo a tiempo para ver caer otra gota, y otra, y otra más, y de repente, vio una mancha de humedad en el techo, de la que goteaba agua sin parar. Más tarde descubriría que doña Antonia, la vecina de arriba, que se había ido de fin de semana había dejado abierto el grifo del lavabo, inundándose el suelo del apartamento, y provocando la formación de una gotera justo sobre su cama. Pero eso seria más tarde. Ahora solo podía pensar: “¡Hasta que las gotas de lluvia perforen el techo y llueva dentro de mi casa!”. Un escalofrío recorrió su espalda y no se lo saco en lo que quedaba de fin de semana.
El lunes sobre las 5 de la tarde consiguió encontrar el teatro. Estuvo horas dando vueltas calle arriba, calle abajo, y no consiguió encontrarlo. Y justo cuando iba a darse por vencida, cuando iba a dejar que el sentimiento de perdida la inundase… ahí estaba. Justo delante de ella. Era un edificio viejo, que estaba claro que había vivido tiempos mejores. La puerta era enorme, de madera, pero desentonaba del resto del edificio pues tenia un brillo de barniz como recién dado. En conjunto parecía que la puerta era una especie de precinto mágico, y que al cruzarlo llegarías a un lugar sorprendente…
Toco la puerta con la mano, y esta se abrió sin gran esfuerzo. El hall del teatro era grande, pero a la vez acogedor. Lo cruzo y llego al patio de butacas. Estaba vacío. Era un patio amplio… el edificio en general era más grande de lo que parecía desde fuera. Subió al escenario y sintió mariposas en su estomago al poner los pies sobre él. Intento seguir su andadura, pero una parte de ella considero un sacrilegio hacerlo sobre ese suelo con calzado de calle. Saco sus zapatillas de la bolsa, se descalzo y se las puso. Ya se sentía capaz de volver a andar. Dio cinco pasos antes de darse cuenta de que estaba sonando una melodía que se hacia más fuerte a cada segundo. Ella conocía esa melodía. La había bailado cientos de veces con él. Sintió su corazón romperse de nuevo. Volvió a sentirse incompleta. Tenia ganas de llorar de nuevo. De volver a su cama. Se desplomo, y allí, de rodillas, con sus manos apoyadas en el suelo y sus lágrimas recorriendo sus mejillas, deseo caerse por las grietas de la acera. Desvanecerse... hasta que se hizo la luz.
Un foco se había encendido y apuntaba directamente hacia ella. Volvió a prestar atención a la música, que seguía estando ahí. Se levanto. Y empezó a bailar. Primero tímidamente, siguiendo la melodía, dejándose llevar como una hoja en la corriente de un río. Pero de repente, algo cambio. Una furia creció en su interior. Se apodero de ella, y empezó a transmitirla en su baile. Bailo con rabia. Como quien grita ante la tormenta, como quien ha perdido todo porque se lo han robado. Bailo y siguió bailando hasta que noto que la furia abandonaba su cuerpo. Y bailo aun más, pero ahora ella era la dueña de la canción. Se había apropiado completamente de ella. La había conquistado. Había domado al dragón y ahora lo cabalgaba. Pero no lo hacia sola. Había alguien más allí. ¿Quién? Quien fuese bailaba en perfecta sincronía con ella. Completaba su baile. Pero no alcanzaba a verle por mucho que se esforzase. Tardo un minuto en darse cuenta que era su sombra. ¡Su propia sombra! Había cobrado vida con la música… No, ¡con su baile! Su baile la había despertado. Y ahí estaba. A su lado. Bailando mejor de lo que nunca lo había hecho. Su sombra…
Y la música se apago. Llego a su fin. Y con ella el baile. Y se paro… y al hacerlo, se dio cuenta de que oía aplausos. Miro al patio de butacas y vio a dos personas. La chica del sábado, y un hombre junto a ella. Los dos sonreían y aplaudían, y ella… de pronto se sintió feliz… completa. La extraña chica le había dado lo que necesitaba. Un escenario. Un público. La música… todo. Saludo, como se hace al final de cada representación. Dio las gracias al público. Cogió su bolsa y se fue con la intención de volver al día siguiente y al siguiente y al siguiente… el mundo había vuelto a girar.
Esta historia es continuación de : Es Lunes y llueve
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