¡Pasen y vean! ¡Damas! ¡Caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Nadie querrá perderse esta apasionante, espeluznante inquietante, electrizante, vigorizante y apabullante historia! ¿ O acaso no quieren escuchar la increíble y sin embargo cierta, historia de Ignatius Augusto Máximo Peabody?
Ignatius era un hombre normal. Tirando a soso. Rayando lo aburrido. Con un trabajo insulso en el departamento de correos. La única luz en su vida, lo único que separaba su mundo del gris tedioso y anodino era su mujer, que sin embargo era tan poco carismática y relevante como el propio Ignatius, Gregoria Magna Libida Sinfona
Tras 15 años de matrimonio, y 10 de noviazgo, Gregoria decidió abandonar a nuestro peculiar antiheroe, cuando éste perdió su trabajo por un malentendido con un saco de correo extraviado. Esto llevo a Ignatius a la depresión. A meterse en la cama y no querer salir, al ser consciente de su insignificancia. Tras dos semanas en cama, Gregoria se replanteo su situación sentimental, y decidió coger la puerta e irse con Facundo Tiernavilla,el pelirrojo charcutero del barrio.
Ignatius se encerró más en si mismo, y perdió todo contacto con el mundo exterior. Nunca había sido una persona carismática, no se había sentido relevante o creído que le importase a alguien y tras dos meses más encerrado en casa, fue más real que nunca.
El mundo siguió girando y acabó por olvidarse completamente de él. No había absolutamente nada en el mundo, ni una triste huella, que atestiguase que alguna vez hubiese formado parte de el complicado organismo llamado civilización humana.
El septuagésimo día de su depresivo encierro empezó a notar cosas extrañas. Empezó al ponerse sus zapatillas para ir al baño. Las noto más holgadas que de costumbre, pero lo atribuyó a que eran ya viejas, y estaban dadas de sí. La cosa se puso más inquietante cuando noto que sus piernas colgaban de la silla del comedor sin llegar a alcanzar el suelo. Ignatius comenzó a inquietarse y corrió a mirarse al espejo del baño.
Nadie midió el tiempo que paso mirándose al espejo hasta cerciorarse de que lo que veían sus ojos era real, pero si lo hubiesen medido hubiesen registrado 45 minutos, justo el mismo número de parpadeos que dio en ese tiempo.
En principio todo estaba bien. No tenia mala cara, para no haber salido de casa en 2 meses. Tenia ojeras, una pelusa incipiente entorno a la cara (nunca había tenido una barba cerrada y era el resultado de no haberse afeitado durante su encierro)... pero nada raro. Hasta que empezó a fijarse en que en el espejo, los muebles que se reflejaban, eran demasiado grandes. El techo, estaba más alto. El lavabo era más profundo. Y el inodoro... su mente no encontró como describir el tamaño del inodoro. Todo a su alrededor era más grande. Y después, en un suspiro se dio cuenta de la verdad. No era todo más grande, era él el que había encogido.
Ignatius se quedo pasmado. Bloqueado. Anonadado. Y volvió a meterse en la cama hasta que se le ocurriese que hacer. Para cuando decidió ir al médico, varios días después, ya se habia reducido a la longitud de 45 cm.
-¿Qué me pasa doctor?
-¿A que se refiere?
-¿No se da cuenta? He encojido
-Mmm... ¿ insinúa que no ha tenido siempre este tamaño?
El Doctor Horacio Haslefhoff, de ascendencia austriaca llevaba 40 años en la profesión, y nunca había visto nada igual. Ni parecido. También hay que decir, que en esos años, había tratado a Ignatius tres gripes, un esguince de tobillo y un embarazo psicológico que resulto ser en realidad un ataque de gases, y sin embargo, no recordaba haberlo hecho. Para él, esta era la primera vez que veía a Ignatius.
-Esto es... curioso. A simple vista, usted ...
-Ignatius.
-...Ignatius, usted esta completamente sano. Es usted una persona con buena salud. No hay ninguna causa medica que explique esto. Ni si quiera creo que haya más casos en el mundo.
-¿Que puedo hacer?
-Bueno... dice usted que no tiene trabajo actualmente, podría trabajar en una feria.
-¿En una feria?
-Bueno, ciertamente, mucha gente pagaría por ver a un hombre de sus características. Y si lo que dice es cierto, que no ha tenido este tamaño siempre, y que va encogiendo a medida que pase el tiempo... bueno, no le veo muchas alternativas. Conseguiría dinero para vivir dignamente lo que le queda de vida.
-¿Lo que me queda de vida?
- Si bueno... ciertamente, si sigue usted encogiendo a este ritmo, no creo que tarde mucho en alcanzar un tamaño incompatible con la vida... o un tamaño que le impida interactuar con el resto del mundo.
-¿En una feria?
El Doctor guardo su equipo, cerró su maletin y se fue murmurando:
-Que cosa más curiosa esta.
Justo una semana después de aquello, Ignatius ya era miembro de la plantilla de La Alucinante Feria de Asombrosos Fenómenos de Cornelius Cobblepot con la espectacular altura de 20 cm. Y justo una semana y un día, realizaba su primera aparición ante el público. Estaba nervioso. Asustado. Nunca le había gustado llamar la atención, y tras ese telón de terciopelo, por lo que él sabia, había una multitud curiosa y ansiosa por ver al increíble hombre menguante. Cornelius había decorado todo el escenario con fotografías que Ignatius tenía de antes de haber encogido. La idea era que la gente fuese consciente no solo del diminuto tamaño que tenia, sino también, de que otrora, Ignatius había tenido una estatura normal para su época. Algo bajito, si, pero nada fuera de lo comun. De esta manera, cuando irrumpiese en el escenario, la sorpresa seria mayúscula. Además su mente de feriante había ideado completar la imagen con un montón de diminutos muebles, de la talla del que iba a ser su gran atracción.
Ignatius trago saliva, y con timidez y miedo a partes iguales salió. Las cegadoras luces no le dejaban ver al público, que guardo silencio ante su aparición. Ni siquiera oía el ruido de sus respiraciones. Bien podría haber miles de personas o solo una, que él era incapaz de atisbarlo.
De repente, un suspiro contenido. Una exclamación de asombro. Un "es increíble" susurrado. Y después, un trueno. ¿Un trueno? No, un trueno no. Un aplauso largo y sonoro. Debía haber cientos de personas aplaudiendo a la vez. Todos aplaudían por Ignatius, y el sintió algo extraño en su interior, algo que no había sentido nunca. Una calidez en su pecho que no sabia describir y que un tiempo después aprendería que es lo que el resto del mundo llamaba "orgullo".
Cada día que salia al escenario, esa sensación se apoderaba de él con más fuerza. Durante 25 minutos, 3 veces al día. Se sentía la persona más importante del mundo. Se sentía completo y realizado. Se sentía feliz. Y a medida que crecía su felicidad, crecía su fama y su publico. Gente de todo el país se desplazaba para verle a diario. Era el ojito derecho del mundo y le encantaba. Lamentablemente, Ignatius nunca había recibido ningún tipo de reconocimiento al vivir en el gris más absoluto, y no sabia como procesar su éxito No sabia como asimilarlo, y se volvió adicto.
Con el paso de los días, iba añadiendo nuevas cosas a su espectáculo. Aprendió a hacer volteretas y cabriolas. A montar en un diminuto monociclo. A hacer malabares con terrones de azúcar. Todo lo que se le ocurriese para hacer que el espectáculo fuese diferente cada vez. Que la gente tuviese motivos para volver a verle.
Y las mujeres... las mujeres se volvían locas por él. Se peleaban por pasar una noche con la diminuta celebridad. Muchas atraídas por la fama, por el dinero, por fanatismo; otras, por oscuros fetiches inconfesables.
Y entonces, un día, tal como vino se fue Ignatius se acostó una noche sintiéndose la persona más importante del mundo y la mañana siguiente, la realidad de dio una pequeña bofetada.
Se sentía extraño en el cajón de la cómoda que había convertido en su cama. Como si de repente el cajón se le hubiese quedado pequeño. Se levanto y noto como el pijama le apretaba, casi no podía respirar. Intento quitárselo, pero la presión que ejercía sobre él crecía, hasta que de repente el pijama se desgarro liberándolo. Corrió hacia el baño, porque necesitaba mirarse en el espejo, pero a cada paso que daba podía notar como se iba haciendo más y más grande, a medida que se tropezaba con todos sus diminutos muebles. Al final opto por tumbarse en el suelo hasta que todo se acabase.
Tardo media hora en dejar de crecer, a la altura de 2 metros 10 centímetros. Se envolvió en una cortina y salio a buscar ropa y prepararse para su espectáculo, sin acabar de ser consciente de todo lo que acababa de pasar.
Diez minutos después irrumpía en el escenario con una cabriola torpemente realizada, por el cambio en su centro de gravedad. Se enredo en telón, y aterrizo sobre el diminuto mobiliario. Al tratar de levantarse fue consciente de que el público estaba abucheandolo. Los pitidos, chillidos y abucheos saturaron sus oídos a la vez que un tomate impactaba contra su cara, seguido de un sin fin de hortalizas en avanzado estado de descomposición. ¿Quien lleva vegetales podres a un espectáculo de feria? La multitud enfurecida, al grito de "tongo","estafa" y "fraude" no tardo en convertirse en una turba violenta que arrasaba con todo a su pasó. No tardaron en derribar la carpa donde Ignatius hacia su número, pero lejos de acabar ahí la cosa, arrasaron con el puesto de Matilda, la mujer barbuda; la piscina de Billy, el Niño Pez; el terrario de animales exóticos, el puesto de algodón de azúcar y los dos de perritos calientes.
Para cuando pasó la tormenta, 2 terceras partes de la feria estaban destruidas de manera irreparable, y Cornelius Cobblepot llamó a Igantius a su despacho.
- Ignatius... nuestra asociación ha sido fructífera, y breve. Pero después de esto, no hay vuelta atrás.
Voy a tener que prescindir de ti. A decir verdad... de toda la feria.
-¿Qué?
-Sí.
-Pero todo iba bien. Usted me dijo que estábamos teniendo más público que nunca.
- Te voy a ser sincero, las ferias de fenómenos ya no son lo que era...
-¿Y toda la gente que venia a verme?
-!Oh! Tu eras excelente, lo nunca visto. La gente se volvía loca por ti. Hemos sacado dinero para retirarnos los dos. Junto con el dinero del seguro por los destrozos .. No merece la pena reabrir, y además, ya no tenemos gran número.
-¿No tenemos? Se que hoy ha ido mal, pero podemos volver por la puerta grande.
-¿De verdad crees que alguien pagara por ver a un diminuto hombre de dos metros diez centímetros?
-Pero... pero...
-Escucha... no le des más vueltas. Nadie quiere ver a Matilda, la mujer barbuda, ni a Heráclito, el Forzudo Simpático ni al Orondo Mondo y sus 500 kilos de peso. La gente venia por ti, y eso se acabo. Coge tu parte del dinero, y vive lo que te queda de vida sin preocupaciones.
Ignatius se marchó meditabundo sin saber que hacer. Camino y camino y camino. Recorrió kilómetros, pero con la peculiaridad de que lo hizo en círculos, así que no se alejo mucho de la ciudad. Cuando se canso de caminar, se dio cuenta de que estaba a sólo unas manzanas de su antigua casa. No la había pisado desde que se instalo en la feria. Como no tenia donde ir, encamino sus cansados pies valgos hacia allí.
La casa era igual de gris que la última vez que estuvo ahí. Estaba tal cual la había dejado, aunque todo cubierto por una capa de 2 meses de polvo. Hecho un vistazo rápido, y tomo la posición fetal que tanto confort insulso le había dado semanas atrás. Y así estuvo 2 días.
La burbuja aislacionista que construyó a su alrededor si rompió cuando oyó la familiar, rasposa e increíblemente chillona voz que le había acompañado tantos años de su vida:
-¿Ignatius?
-¿Gregoria?
-¡Ignatius! ¡Así que es verdad que has vuelto!
- Sí...
- Ignatius... te he echado de menos. La gente del barrio me contó que no sabían donde estabas, hasta que un día les llegaron rumores de que habías hecho fortuna en el mundo del espectáculo. Y ahora has vuelto y... ¿has adelgazado? ¿estas más alto?
-Es... una larga historia.
-Bueno, da igual. Quiero volver contigo.
-¿Volver? ¿pero no te habías ido con Facuno Tiernavilla, el charcutero pelirrojo?
-¿Que pasa, que me lo vas a estar recordando toda la vida?
- ...
-Ignatius... no te voy a mentir. Nunca quise a Facundo, pero tenia dinero y esta casa me agobiaba y tú... eres tan gris, tan insulso, tan despreciable en cierta manera... que me deje embelesar por Facundo, su cabellera rojiza y sus musculoso torso velludo de charcutero, sus gigantescas y calludas manos de gárgola, ese olor a sangre coagulada, sudor y fiambre, su... Bueno, lo que fuese. Pero no tarde en echarte de menos, y ahora... aquí estoy.
-Pero... ¿le has dejado?
-Algo así... se ha muerto. Iba a despiezar a un cerdo que creía que estaba muerto pero solo estaba adormilado, así que el cerdo se defendió y le ataco.
- ¿Le mato un cerdo?
- No, de la que huía del cerdo, se resbalo con los restos de vísceras del suelo y se callo de cabeza en la picadora de carne.
-¡Dios! Una muerte horrible.
-No, no murió ahí, se libro de milagro.
-¿Entonces?
-Para celebrarlo tomo un brebaje que le vendieron en la farmacia para aumentar su ya de por si enorme virilidad, que reacciono mal con el arsénico que le eche al cocido para asesinarle, y se murió.
-¿Arsénico?
-Bueno, eso no es importante. La cosa es que la charcutería ahora esta a mi nombre. Soy la dueña de todo su imperio de embutidos y salchichas.
-¿Salchichas?
- Si, frankfurts y esas cosas... Entonces, ¿qué?¿volvemos juntos?Entre la charcuteria y lo que has ganado en la feria... ¡Seremos los que mejor vivamos del barrio! ¡Entraremos en "clase media-alta"! ¡A un paso de la "clase alta"!
-La verdad es que no se...
-¡Ignatius! ¡Es tú última oportunidad! ¡Eres tan insulso que nadie salvo yo te aguantara! ¿Quieres envejecer y morir solo?
-No... no. De acuerdo.
-Bien, entonces te dejo volver conmigo.
Y así, volvieron. Mantuvieron la charcuteria abierta durante una semana, pero tuvieron que cerrarla porque era un negocio ruinoso y lleno de deudas. Que en el barrio a Gregoria se la empezase a conocer como la "Charcutera Asesina" tampoco ayudo a que el negocio despegase. Y vivieron del dinero de Ignatius toda su vida, sin que sucediese nada relevante. ¿Nada relevante? Una cosa si que ocurrió. Justo 7 meses después de volver tuvieron su primer y único hijo. Un gracioso niño pelirrojo de estatura normal, al que llamaron Ignatius Jr. Maximo Minimo Peabody Magna. Ignatius no volvió a cambiar de talla, y mientras criaba a su hijo, y le veía crecer, se sentía la persona más afortunada y relevante del mundo.
Y así damas, caballeros, niños y niñas, concluye esta insulsa y maravillosa historia, que hace apología del sin sentido de la vida. De esas pobres personas, que encojen al no mirarlas, y se crecen cuando se les observa. Que curiosa es la significancia. Que curiosa es la vida...
Que cosa más curiosa esa