Un Lunes te conocí. Dos niños jugando a ser adultos. Dos adultos que siempre serán niños. Caricias inseguras. Besos de inocencia regalados en el patio a la hora del recreo. Promesas imposibles de cumplir escritas en canciones olvidadas tiempo atrás.
El Martes fue distinto, construido de besos robados con olor a hierba buena, de canciones de verano, sonrisas espontáneas y paseos hacia el amanecer.
El Miércoles te hice llorar. Con la furia de una tormenta de verano. Vientos que arrasaron campos ahora yermos, que sembraron y esparcieron semillas de soledad, que con el tiempo germinarían en culpa y desprecio.
Y llego el Jueves. Entraste en mi vida por sorpresa. Con risas y besos retenidos en el aire, que generan frustración y placer a partes iguales, que nos permiten enfrentarnos en duelos sin vencidos pero con vencedores.
Sin darnos cuenta ya es Viernes, y te lleno de caricias furtivas, de sonrisas secretas, de miradas llenas de palabras que se estrellan en tus ojos. Y te señalo la parte de tu cuello donde me quedaría a vivir si me lo permitieses, y tal vez, con el tiempo, me mude a tus labios... con el tiempo.
El sábado es soledad. El sábado es desengaño. El sábado es fortaleza. Determinación. Inseguridad. Pena. Reencuentro con las caras que no ves y no recuerdas. Imágenes rápidas. Lágrimas secas. Llantos ahogados.
En Domingo todo acaba, y solo queda la nostalgia. La nostalgia de lo vivido. De lo que no vivimos. De lo que ganamos. De lo que perdimos. Y al final del día, cuando las luces se apagan, cuando la lluvia se arrastra por los cristales... te das cuenta. Me doy cuenta. Nos damos cuenta. No hay arrepentimiento. No hay marcha atrás. Hay risas y llantos. Felicidad y tristeza, pero todo esta ahí. Eres tu. Es la vida.
Y al final... la semana acaba, sin más.